Nos aproximamos a un espacio que todavía no existe y, sin embargo, toda su potencia está encarnada en la materialidad del presente, en sus grietas y márgenes. No es posible proyectarlo desde otro origen de coordenadas que desde el presente externo y, a la vez, sus condiciones impiden esbozarlo con precisión. Está inserto en relatos acelerados, tentáculos de fibra óptica que atraviesan nuestros subsuelos y se materializan en objetos y acciones cotidianas. Pero también en matrices urbanas y minas a cielo abierto envueltas en los relatos prometedores de una nube anclada a los estratos minerales de silicio, cobre y otros metales. Como un mundo que se desmorona cuando nadie está mirando nos habla de la materialidad etérea del presente para hacer tangible las implicaciones de nuestras acciones cotidianas digitales, las cuales recorren todo tipo de infraestructuras domésticas, urbanas y terrestres. Como el scroll inocente de nuestros dedos sobre el cristal iluminado de las pantallas de los dispositivos digitales, nuestros gestos movilizan fuerzas con afecciones e implicaciones planetarias capaces de alterar las concepciones establecidas de lo doméstico, lo urbano, lo territorial o lo corpóreo.
Asomándose al negro y pulido espejo acelerado del presente extremo, Como un mundo que se desmorona cuando nadie está mirando nos devuelve la mirada y nos traslada la responsabilidad sobre nuestras acciones por nimias que sean. Una mirada construida a través de sensores, pulsos eléctricos y órganos maquínicos, una realidad leída desde los algoritmos de procesamiento de información. Una mirada en cuya presencia, por cotidiana, no habíamos caído, pero que ayuda a desdibujar nuestros propios límites que “descienden a través de las barreras del tiempo… como un mundo que se desmorona cuando nadie está mirando. La fusión con la máquina está completa. El futuro ahora es pasado”.